“[…] es saber que mis
sueños ya tienen dueño; […] es vivir el cariño como los niños, la felicidad”
¿Alguien sabe qué es
realmente la felicidad? No, mejor: ¿alguien se lo ha planteado alguna vez? No
sé si yo alguna vez lo hubiera intentado definir si no hubiera sido por este
trabajo, pero, bueno, habrá que intentarlo.
Sinceramente, no creo que
exista una felicidad predeterminada para todos, ya sabéis: “para gustos, los
colores”. Supongo que cada cual es feliz con distintas cosas, muchos dicen que
serían felices si les tocara la lotería… Muy poco materialistas, ellos. Sí, el
dinero ayuda, ¿no? Pero yo destacaría otros aspectos que me parecen más
esenciales que ganar x euros, los cuales son: familia, amigos, amor y el
conseguir las metas que uno se proponga en la vida (sobreentendiéndose la
necesidad de ciertos recursos, víveres, salud,… y demás cosas que me pareció
comprensible obviar).
Siguiendo estos cuatro
aspectos, no os voy a decir cuán feliz soy porque tampoco os interesa, sino que
intentaré argumentar por qué considero ésta mi felicidad verdadera.
Vale, pequeños
consumistas, imaginemos que os toca la lotería: “¡oh, sí! ¡Qué feliz soy, he
ganado muchos millones de euros, soy asquerosamente rico! Voy a comprarme un
coche, una moto, una casa, un perro, dos, tres, cuatro, un yate, un jet, un
campo de fútbol y -quizá me haya ido ya del presupuesto- la granja de Pin y
Pon”. Hasta aquí todos vosotros felices de la vida. Venga, sonreíd, que tenéis
un yate.
Tras esto, imaginad que
os encontráis solos, que no tenéis con quien compartir todo esto, y pensáis que
así mejor, que lo vuestro es sólo vuestro, y ya. Y aun pensando esto, la
soledad llega. De un momento a otro, añoraréis incluso al típico vecino molesto
que en cualquier residencia se puede hallar.
Ahora imaginad que tenéis
unos años más, que os habéis
independizado y tenéis casa propia, trabajo, hipoteca a largo plazo e ilusión.
Ahora imaginad que os han echado del trabajo, que la casa tiene desperfectos,
que la hipoteca os inunda y que, por tanto, la ilusión ha decidido marcharse
por donde ha venido. ¿Qué hacéis? ¿Créditos? ¿Queréis un crédito? No, no, el
banco no os va a ayudar. ¿Qué hacéis? ¿Qué haríais sin vuestra familia, sin
vuestros amigos, sin vuestro amor? Porque se supone que ellos estarán ahí para
los problemas que os surjan, para echaros una mano como buenos aspectos que
forman parte de vuestra felicidad.
Y, sí, quedan las metas
cumplidas. Pienso que una de vuestras metas debería ser trabajar en aquello que
os satisfaga, ¿no? Así que, si se cumple, ¡poof!, “lotería”. Quizá no tanto
dinero, pero mientras os haga felices…
Y bien, ahora, ¿existe
una felicidad falsa? Sí, probablemente. Aquí van mis ejemplos: la gente puede
ser muy mala, los “amigos” pueden serlo. ¿Y si fueras tras tus amigos una y
otra y otra y otra y otra y otra vez, creyendo que eres feliz con ellos,
mientras sólo te utilizan como a un pelele más? Ahí la felicidad es falsa,
porque te hacen daño, pero te da igual. Te da igual porque no te das cuenta. O
sí, o sí te das cuenta pero haces caso omiso al pensar que sin ellos estarás
peor… Craso error.
Segundo -y abundante-
ejemplo: las relaciones malsanas. Estar con alguien que no te hace bien, que se
aprovecha de ti, que se ríe de tu desgracia (de esa desgracia que esa persona
en sí ha provocado) y a quien tanto quieres es una relación malsana.
Totalmente. Y es que sólo te consideras feliz por estar con la persona a la que
realmente amas -o crees amar, claro que todo esto de cuándo se quiere/ama a
alguien o no es relativo-. Pero, no, no lo eres. Viviendo humillado no
considero posible el poder vivir feliz.
Y, finalmente, hablemos
de la felicidad perfecta… No hay. Fin. Sí, sí, no hay. El mundo está mal hecho,
no es perfecto, vamos, seguramente no lo sea. Nada es perfecto. Entonces, ¿por
qué la felicidad lo iba a ser? ILUSOS.
Hala, a intentar ser
felices. Suerte.